A mujer de Teapa se la quisieron llevar las ánimas por incrédula
Alicia se burló siempre de quienes recordaban a sus difuntos, hasta que unos extraños visitantes cambiaron su forma de pensar
Pese a que el siguiente relato hubo quienes en su momento lo contaron como historia verídica, no deja de ser un eslabón más de los mitos y leyendas de Tabasco, por lo que el fin de la presente nota es entretener al lector.
Alicia, mujer de 37 años dedicada a la costura, vivía en la calle Trinidad Cano Jiménez del barrio de Tecomajiaca en Teapa, muy pocas veces llegaba a la iglesia, y normalmente lo hacía para acompañar a su mamá, pues era alguien incrédula, consideraba que los rezos, oraciones o cualquier demostración de religiosidad era de personas ignorantes. Muchas veces por este tipo de pensamiento terminó discutiendo con su madre de nombre María del Carmen, que era muy devota .
Un 31 de octubre conoció a Juana y Carlos
Sin embargo, un 31 de octubre, la víspera para que llegaran las ánimas de los niños, su pensamiento y todo lo que consideraba como cierto iba a cambiar. En aquella ocasión la mamá y las tías se encontraban preparando tamales, que serían colocados en el altar para recibir a sus muertitos, así les decía la señora. Ni el alboroto por colocar las imágenes de los santos, fotos de parientes muertos, sahumerios, entre otras cosas, sacaba a la incrédula muchacha de sus labores de costurera.
Mientras en un extremo de la sala se desarrollaban pláticas recordando a los seres queridos que se habían ido, a la joven nada la inmutaba; el ruido de la máquina de coser era lo único que escuchaba. El aparato quedaba tras una ventana que daba a la calle, desde ahí la mujer podía ver con claridad a la gente que pasaba.
La joven se detuvo un rato para tomar descanso, se paró de la silla y se puso a ver a los transeúntes a través de la ventana, la cual estaba abierta, en ese momento ya pasaba de la medianoche, pero el bullicio de la gente en la calle no cesaba, debido a que muchos iban al panteón a quemar velitas y llevar flores. Por su parte María del Carmen junto con sus hermanas, ya había colocado las ofrendas y encendido las velas en su altar, la costurera pensaba que toda esta demostración era una soberana tontería, se burlaba en su interior tanto de los que caminaban rumbo al campo santo como de su familia.
Tras unos minutos parada, volvió a su máquina de coser para terminar los pendientes que debía entregar, sin darse cuenta le dieron las tres de la madrugada del 1 de noviembre, ya en ese momento los demás se habían retirado a dormir, la sala de su casa era iluminada únicamente por el brillo de las veladoras. Cuando todo se encontraba en silencio un murmullo rompió esta aparente calma, a la mujer le llamó la atención todo este ruido, se asomó por la ventana y vio un grupo de gente que se dirigía a la ciudad, la curiosidad le ganó y terminó preguntándole a una pareja que iba en la muchedumbre a donde se dirigían.
La respuesta es que iban rumbo a un poblado muy lejano, pero no le dijeron cómo se llamaba, después de esta imprecisa contestación se presentaron, dijeron llamarse Carlos y Juana, enseguida, Alicia los cuestionó sobre el frío que hacía en ese momento, los extraños caminantes rieron entre ellos, simplemente le dijeron que ya estaban acostumbrados a caminar en noches frías. Su atención se fijó en una bolsa negra que llevaba la mujer, no se pudo contener y le preguntó que llevaba en su interior: cirios, fue lo que le dijo.