Pobres y enfermos, destinados a morir en cárceles del país
Con la voz quebrantada por los sollozos, doña Virginia García suplica: “Que me lo dejen sacar, para que muera en su casa”…
Su hijo: Oscar Alfonso Villanueva García fue desahuciado desde enero pasado, tras lidiar más de siete años con un cáncer de pulmón. El diagnóstico coincidió con su ingreso a prisión, en junio de 2014: primero al penal federal de Puente Grande, en Jalisco y, tras su cierre en septiembre de 2020, al penal del Altiplano, Edomex.
“Comenzó a sentirse mal tras una golpiza que le dieron en la SIEDO. Lo habían detenido en el aeropuerto de la Ciudad de México, venía de Tampico y supuestamente traía droga. Un par de meses después de que lo golpearon empezó con dolores de pecho, tos, fiebre y sudoraciones. Al año y cacho, ya recluido en Jalisco, tuvo que simular un desmayo y falta de aire para que lo llevaran al hospital, donde finalmente le detectaron cáncer”, cuenta la madre, de 59 años y originaria de Poza Rica, Veracruz.
Ella debe trabajar en el aseo en casas, lavando y planchando ajeno para juntar un poco de dinero y visitar a su hijo en el Estado de México, a seis horas de camino, “aunque sea llevarle crema, porque ya tiene muy reseca la piel”.
“Siempre hemos sido una familia de escasos recursos: ni para un abogado tenemos. Según está el de oficio, pero jamás se presenta y por eso el caso se encuentra estancado. Lleva ocho años encarcelado y ni seña de una sentencia”.
Lo vio apenas el pasado martes 13 de septiembre: logró cumplirle el deseo de llevarle a su pequeño hijo, quien era un bebé cuando lo detuvieron.
“Lo encontré muy mal, irreconocible: ya muy bajo de peso, con ojeras, pómulos sumidos, cansado y sin fuerzas, con un color extraño de piel, ya no podía estar sentado ni parado, sólo acostado. Le toqué debajo de su axila y tenía los ganglios muy inflamados”, describe a Crónica doña Virginia.
“Ya hasta desvariaba, hablaba cosas a medias, arrastrando la lengua. ‘Es que me están dando una pastilla para el dolor y me da mucho sueño’, me dijo. Sí se puso contento cuando vio al niño, pero fue muy triste ver que ya no podía ni cargarlo”.
–¿Cuál es su petición?
–La misma que le hice al presidente López Obrador en julio, cuando vino a Poza Rica: como pude me acerqué a donde pasó y le pude entregar una carta, le pedí ahí, con el dolor de madre, que dejaran a mi hijo morir en casa. Si la debía o no, ya ha pagado con 8 años de encierro y su dolorosa enfermedad. Es inhumano que lo dejen consumirse ahí adentro, solo, como si fuera un animal.
La trama de Félix
Historias como la de Oscar Alfonso son valiosas en días en los cuales se ha ventilado la decisión de otorgar el beneficio de la prisión domiciliaria a Miguel Ángel Félix Gallardo, de 76 años, aduciendo la pérdida total de un ojo y de un oído, problemas gastrointestinales y respiratorios, así como otros males propios de la edad. Félix, conocido como “Zar de la droga” y “Jefe de Jefes” fue capturado en abril de 1989. Lleva 33 años tras las rejas; le faltarían otros 44 para completar su pena, hasta 2066.
Tiene dos sentencias condenatorias: una de 37 años por delitos contra la salud y delincuencia organizada, y otra de 40 años por el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar.
A otro de los involucrados en ese homicidio: Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto, también se le otorgó ya el resguardo en su domicilio en julio de 2016.
Pero no todos tienen la misma fortuna…
De acuerdo con datos del órgano de Prevención y Readaptación Social, dependiente de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, de enero de 2020 a julio de 2022 han fallecido 2 mil 128 internos en alguno de los 286 centros penitenciarios del país (tanto federales como locales). Casi 70 al mes. Este número incluye sólo los decesos por enfermedad o por cuestiones de edad. No contempla los homicidios o suicidios, ni los provocados por riñas, agresiones o huelgas de hambre.
La mayoría de los finados eran pobres: más del 80 por ciento, reflejo del perfil general de los presos.
Según la dependencia, en 2020 hubo 870 casos; en 2021 un total de 782 y de enero a julio de 2022 la cifra alcanzó 476.
El caso de Félix Gallardo –comenzó ahí a deslizarse la idea de enviarlo a su domicilio– se remonta al 15 de agosto de 2021, cuando fue difundida la única entrevista concedida a un medio de comunicación a lo largo de su vida: fue a la cadena Telemundo y, en específico, a la reportera Isa Osorio. Todo en derredor pareció favorecer la versión de su deteriorado estado físico. En las imágenes se le ve aproximarse en silla de ruedas, con mascarilla de oxígeno y un brazo roto, además de su evidente falta de visión y audición.
Durante la charla enfatizó el tema de salud: “Tengo la mitad del cuerpo paralizado. No tengo pronóstico de vida. Mi familia está haciendo un hoyo para ser enterrado en un árbol”.
Y habló también del presidente Andrés Manuel López Obrador: “Sé que el señor presidente es un hombre de buena voluntad que está combatiendo la desigualdad social. Está dando pensiones, está dando muchas cosas y yo no le quitaría su tiempo. Ojalá y le vaya bien, que Dios le ayude… La violencia es consecuencia del desempleo, de la desigualdad social, que el señor López Obrador está resolviendo poco a poco. Hay que darle tiempo”.
La misma reportera acudió a la “mañanera” días después, el 20 de agosto.
–Félix Gallardo habla desde la prisión, dice que desea que le vaya bien en su intento por reducir la violencia en el país y le pide a la gente que le dé tiempo, porque considera que es un hombre de buena voluntad. ¿Qué dice al respecto? –le preguntó al mandatario.
–Le agradezco mucho sus buenos deseos, yo también quiero que él comprenda mi situación, que yo no quiero que sufra nadie ni que nadie esté en la cárcel. Soy un humanista, estoy formado en la escuela de la no violencia. En su caso, si se termina de revisar, este asunto corresponde a la Fiscalía, de que no tiene ya ningún pendiente porque ya cumplió con estar en la cárcel durante algún tiempo y, si ya tiene derecho a salir, no me opongo a eso.
–¿Le daría amnistía para reos de la tercera edad?
–Si se justifica en lo que se está elaborando, desde luego que sí, porque él por edad y enfermedad ya podría salir.
Ahí comenzó a tejerse la historia, la intervención de la Presidencia de la República…
El ataúd
A principios de enero de este año, una trabajadora social del penal de Almoloya se comunicó con doña Virginia:
–Urge que venga a la próxima visita, pero hágalo acompañada, no venga sola –le dijo.
Días después entendería el porqué:
–Ya me llevaron al hospital –le comentó Óscar Alfonso, refiriéndose a una cita pendiente durante meses.
–¿Y qué te dijeron? –preguntó la madre.
–Que ya no pueden hacer nada, que ya recibí lo que se debía y no hay nada que hacer –le respondió él entre lágrimas.
–¿Te van a dejar morir aquí?…
En todos estos años, Oscar ha recibido 39 quimioterapias, “pero todas a destiempo, semanas o meses después de ser solicitadas por los doctores. Todo ha sido a pura presión: las idas al hospital, los estudios y el tratamiento, metiendo escritos o presentando quejas a derechos humanos. Si hay negligencia y desinterés de las autoridades con personas libres, imagínese presas”.
El traslado de Puente Grande a Almoloya también retrasó la atención y el padecimiento se aceleró.
“Siempre ha sido indiferencia, maltrato. Ningún director del penal, ni siquiera los jefes de enfermería, han aceptado escucharme alguna vez. Para ellos, los reos son basura. Para que fuera mi nieto en la última visita, tuve que mover mar y tierra, porque me perdieron los papeles del trámite. No entiendo cómo pueden ser tan inhumanos, principalmente con alguien que se está muriendo”.
–¿Y lo legal?
–Olvidado. Sin abogado, no hay avances. Ocho años sin pruebas, sin audiencias, sin sentencia.
Apenas el martes de la semana pasada, doña Virginia le preguntó a su hijo:
–¿Escuchaste lo del señor Félix Gallardo? A lo mejor nosotros podemos…
–¡Ay, mamá! Eso es para la gente que tiene dinero y un buen licenciado. Nosotros, ¿de dónde? –la interrumpió él.
–¿Si buscamos al de oficio y le pedimos que nos ayude?
–No ha podido nunca entregar pruebas a favor, menos esto. Hay que tener palancas. Estos beneficios son para políticos o grandes criminales. La gente como yo, pobre y enferma, sí vamos a poder salir de aquí… pero en un ataúd.